¿Es la política moderna realmente tan moderna?

Thijs Berman, Director Ejecutivo de NIMD.
En el último siglo hemos asistido a varias oleadas de democratización. Tuvimos los finales de las dos Guerras Mundiales y de la era colonial. También asistimos a la caída de los dictadores del sur de Europa Franco y Salazar, así como al fin de la junta militar griega.
La democracia parecía conquistar el mundo, inexorablemente. Fuimos testigos de la caída de la URSS; vimos el fin de Videla y Pinochet en América Latina; y la democracia también avanzó en varias regiones de África. Las esperanzas de un futuro democrático eran grandes en el cambio de siglo, y la inminente Era de la Información parecía ser otra oportunidad para sacudirse las injusticias del pasado.
Lamentablemente, el progreso no ha sido imparable. Estamos estancados en muchos de los mismos patrones que hemos visto antes. La sociedad sigue siendo desesperadamente desigual. Las crisis financieras, los conflictos desastrosos y la corrupción abierta son sólo algunas de las muchas señales de que nuestras vidas siguen fuertemente sometidas a las injusticias nacionales e internacionales, y parece que individualmente poco podemos hacer para resistirnos a ellas.
Sin embargo, los votantes también tienen más información a su alcance que nunca, y utilizan los nuevos medios de comunicación para organizarse y hacerse oír. Crece la presión al alza y los ciudadanos exigen que se les respete.
Los mismos problemas, pero en un contexto diferente
Esperábamos ser más libres que nunca con la llegada de Internet y las comunicaciones modernas. De repente pudimos comunicarnos con socios de todo el mundo con facilidad, y pudimos arrojar una luz de transparencia sobre las partes opacas de la política mundial.
Mientras tanto, la era de Internet dio lugar a una paradoja: la tecnología moderna ha dado a los ciudadanos más autonomía y más conocimientos que nunca, pero les hace sentir que controlan menos sus vidas, ahogados en un mar de información y desinformación a menudo contradictorias.
Otra paradoja es que, con su mayor autonomía, los votantes son cada vez más reacios a delegar en los políticos cierta autoridad sobre sus vidas. Al mismo tiempo, queremos que esos mismos políticos nos guíen por este complejo mundo moderno. Los mismos votantes que dicen "déjenme hacer mis cosas" también piden la guía de un salvador que pueda "arreglar" la sociedad.
Esta es una de las razones por las que la relación entre los votantes y sus líderes políticos es tan tensa hoy en día.
Pero deberíamos tener cuidado con lo que deseamos. Esta desesperación por un salvador puede traducirse a veces en hacer señas a los hombres fuertes del pasado, que marchan por la historia dando grandes pasos con botas ensangrentadas.
Por qué las viejas costumbres no funcionan
La clave para sanar parte de la paradoja es el diálogo. Si de verdad queremos garantizar una gobernanza democrática pacífica y eliminar parte de la tensión inherente entre votantes y políticos, tenemos que cambiar la forma en que interactúan ciudadanos y dirigentes.
Pero muchos políticos se han ceñido a la "estrategia clásica" para ganarse la confianza: evitar abordar las incertidumbres, negar la falibilidad y seguir vendiendo un sueño. Construye una imagen fuerte, sugiere que tienes las respuestas y ataca a tus oponentes como débiles e incompetentes. Protege tu núcleo de votos y consigue suficientes grupos flotantes para mantenerte en el poder.
Como era de esperar, esta estrategia engendra infaliblemente decepción y, en última instancia, llega incluso a socavar las propias instituciones de la democracia.
¿Cuál es la solución para los partidos y los políticos?
En mi opinión, y basándome en mi experiencia, una opción más viable que esta estrategia es relacionarse con los votantes de otra manera, con el respeto como noción central.
Respetar el deseo de autonomía y el deseo de visión, y entablar un diálogo constante con los votantes. Olvídese de los proyectos preconcebidos y, en su lugar, implique a los votantes en la búsqueda de soluciones. Sea abierto sobre dilemas y dificultades, y muestre su visión con ambición y resistencia. El votante moderno, bien informado, no se va a contentar con frases hechas y palabrería democrática, mientras se le excluye del proceso político en general.
Quieren que se les consulte, y con razón.
El reto de nuestra organización
Si los partidos quieren adoptar este enfoque más integrador, tienen que abandonar la vieja estrategia de vender eslóganes manidos. Tendrán que adoptar una actitud diferente. Y sus candidatos tendrán que creer de verdad en los valores de la democracia y considerar a los ciudadanos como iguales políticos.
Considero esto un reto y una oportunidad para el NIMD. Debemos aumentar nuestro apoyo al crecimiento de partidos políticos "receptivos", que puedan guiar a su pueblo hacia el desarrollo sostenible. Ya sea facilitando el diálogo, proporcionando recursos a los votantes o apoyando los derechos políticos de los grupos minoritarios, NIMD puede contribuir a hacer realidad las aspiraciones de un futuro transparente, integrador y democrático en la Era de la Información.