INVERTIR EN LA DEMOCRACIA COTIDIANA

Dalila Brosto, Asesora de Conocimientos de NIMD
La democracia está de capa caída. Al menos eso parece desprenderse de un reciente estudio del nuevo Centro para el Futuro de la Democracia de la Universidad de Cambridgedonde el 57,5% de los encuestados se declararon insatisfechos con la democracia.
Casi el 60% de los encuestados de 154 países expresaron su insatisfacción general con la democracia en su propio país, el nivel más alto en casi un cuarto de siglo. Los mayores niveles de insatisfacción se registraron en grandes democracias como Australia, EE.UU. y el Reino Unido, mientras que democracias más pequeñas como Dinamarca y los Países Bajos, así como las democracias asiáticas, mostraron mayores niveles de apoyo.
Los investigadores sostienen que acontecimientos como las crisis económicas y los escándalos de corrupción pueden impulsar el descontento de los ciudadanos. Además, creen que si se quiere recuperar la confianza en la democracia, las instituciones democráticas deben ser capaces de hacer frente a las principales crisis de nuestra era, desde las crisis económicas hasta la amenaza del calentamiento global. Pero, ¿puede la democracia alcanzar este alto listón de éxito? ¿Por qué no intentar contrarrestar los índices de insatisfacción invirtiendo en la democracia cotidiana, encontrando formas de entablar debates y participar en el proceso vivo que es nuestra democracia?

Democracia: un trabajo en curso
Quizá parte del problema sea que asumimos que las democracias son un objetivo final, capaces de abordar por sí mismas las preocupaciones de los ciudadanos. La verdad es que la democracia es un proceso sin fin, con nuevas prácticas y experimentos que les ayudan a adaptarse a los retos que surgen del cambio social, cultural y tecnológico.
Por eso es tan relevante la reforma constante y concebir nuevas formas de participación. No sólo pensando en los ciclos electorales, sino llevando el debate al lugar donde realmente se conciben, aplican y evalúan las políticas públicas; la toma de decisiones democrática. Esto significa ir más allá de la movilización, y aumentar la participación y dar más voz a los ciudadanos mejorando su capacidad de compromiso en los asuntos públicos.
A nivel local
A nivel local, esto podría significar que las comunidades pueden participar no sólo en el diseño y la prestación de servicios, sino también en los procesos de toma de decisiones que determinan qué servicios deben prestarse, cómo y por quién. Por ejemplo, los presupuestos participativos -un sistema en el que los ciudadanos participan en múltiples rondas de debates y deliberaciones y, en última instancia, votan sobre cómo se gasta un determinado porcentaje del presupuesto municipal- han creado un nuevo mecanismo para que los ciudadanos ejerzan el poder a escala.
Esta innovación democrática comenzó en Porto Alegre (Brasil) y se expandió rápidamente por todo el mundo transformando la relación entre gobiernos y gobernados. En París, los presupuestos participativos ofrecen a los parisinos un presupuesto de 500 millones de euros para toda la legislatura, lo que convierte a París en el mayor presupuesto participativo del mundo. La próxima etapa consiste en mejorar el proceso fomentando el espíritu colectivo y la implicación de los parisinos, no sólo en la sugerencia, sino también en la ejecución de los proyectos. El hecho de que tantas autoridades estén adoptando este enfoque es señal de que funciona.

Implicar a los ciudadanos y reforzar la democracia
Los ayuntamientos deben comprender que comprometerse con sus comunidades les permite generar confianza de una forma que no es posible a través de la política nacional. Los ciudadanos no necesitan ser expertos para contribuir a un debate constructivo o tener ideas relevantes. Sus opiniones, ideas y voces deben formar parte de la deliberación, incluso en el caso de cuestiones políticas complejas. Por ejemplo, CitizenLab puso en marcha en 2015 una plataforma en línea para dotar a los gobiernos de una plataforma de participación digital para incluir a sus ciudadanos en la toma de decisiones. Más de 100 autoridades locales la han desplegado hasta ahora.
Otros ejemplos implican el uso de la tecnología para capacitar a los ciudadanos y su acceso a la información, acercándolos así al desarrollo de la legislación. Organizaciones como Voxe.org, comparan las agendas políticas de una veintena de países. Socio de NIMD en Kenia, Mzalendodifunde información sobre el Parlamento y los diputados entre los votantes. Impulsar la participación de este modo refuerza la confianza de los ciudadanos en la democracia, y allana el camino para una mejor formulación de políticas.
Al final, la democracia siempre se quedará corta a menos que entendamos que es un proceso que debe mejorarse constantemente para estar a la altura de los retos de los tiempos. Mejorar la participación ayudará a abordar la desconexión entre gobernantes y gobernados, y situará a los ciudadanos en el centro de la solución. Esto significa volver a lo básico y encontrar formas de que la gente forme parte del proceso democrático; en resumen, invertir en la democracia cotidiana.