El traspaso de poder de EE.UU.: cómo reparar las divisiones mediante una democracia integradora

Estados Unidos dio ayer la bienvenida al poder a un nuevo Presidente y una nueva Vicepresidenta. Heleen Schrooyen, asesora principal de Relaciones Estratégicas del NIMD, y Emanuela Campbell, responsable de Comunicación, analizan cómo la nueva administración puede empezar a limar asperezas.
El 6 de enero de 2021, el mundo vio cómo violentos grupos de manifestantes irrumpían en el Capitolio estadounidense. Cuando miles de personas irrumpieron en el símbolo de la democracia más reconocido del país, quedó patente que algo había ido mal en Estados Unidos.
La gente está enfadada. Su enfado se desencadenó a raíz de las acusaciones de fraude electoral de Donald Trump, se vio alimentado por su retórica divisiva y culminó en los violentos disturbios por los que el presidente fue destituido.
Pero, subyacente a esa ira, también hay sentimientos de desempoderamiento e infrarrepresentación. Sentimientos que Trump avivó y explotó para su propio beneficio político. Las personas que irrumpieron en el Capitolio pueden sentirse representadas por Trump, pero no se sienten representadas por su sistema político y su democracia en su conjunto.
Así pues, ¿cómo puede mejorar Estados Unidos con la llegada de una nueva presidencia? ¿Cómo puede aprender de la exclusión que sufren algunos sectores de su población y utilizar esta experiencia para crear una sociedad menos dividida y más integradora?
Una oportunidad para ser críticos
La próxima legislatura brindará a los dirigentes estadounidenses la oportunidad de reflexionar críticamente sobre su democracia. Tanto los políticos como la sociedad deberán plantearse qué ha fallado y empezar a construir su democracia, haciéndola más fuerte e integradora.
Esto debería empezar por analizar el sistema político. Es hora de considerar qué partes de ese sistema funcionan para defender los ideales democráticos y qué partes sirven, en cambio, para alimentar la polarización y la exclusión.
El elevado coste de presentarse a las elecciones en Estados Unidos, por ejemplo, excluye por completo de la política a la inmensa mayoría de la población. Para casi todos los estadounidenses, la idea de hacer oír su voz a través de la política es una realidad lejana.
También deberá haber más claridad sobre la responsabilidad de los individuos y las instituciones a la hora de defender sus valores y pedir cuentas a los demás. Los partidos políticos deben determinar qué comportamientos están dispuestos a respaldar y fijar límites a los políticos que los representan.
Porque la polarización y la exclusión no surgen de la nada. Las mantienen personas que pretenden beneficiarse de la exclusión de los demás y de una sociedad dividida.
Es una opción política centrar el debate público en torno a los temas más polarizantes del país. Las conversaciones en torno a temas como el aborto y el derecho a portar armas, por ejemplo, tienen profundas raíces históricas e ideológicas.
Las diferencias de opinión sobre temas cargados son inevitables: siempre han existido y siempre existirán. Pero estas diferencias se han convertido en armas y se han explotado en beneficio propio. Y herramientas como las redes sociales se están utilizando para alimentar la polarización.
En lugar de contribuir a una cultura de polarización, los políticos pueden optar por entablar un diálogo con la población, encontrar puntos en común y trabajar en pos de objetivos compartidos.
Los dirigentes estadounidenses tienen una oportunidad sin precedentes de escuchar a los ciudadanos y sus preocupaciones; de crear una relación más abierta, en la que los ciudadanos no queden al margen de la política, sino que comprendan los mecanismos de que disponen si quieren participar en las decisiones que les afectan.
En resumen, tienen la oportunidad de trabajar por una democracia más inclusiva.
¿Por qué democracia inclusiva?
Si queremos sociedades inclusivas, tenemos que empezar por una democracia inclusiva.
La democracia inclusiva consiste, por supuesto, en tener voz. Se trata de que todas y cada una de las personas de esa democracia tengan la oportunidad de participar en política si así lo desean.
Pero la democracia también va más allá del acceso a la política.
Cuando la democracia funciona, los políticos pueden centrarse en el bien de los ciudadanos, aprobando políticas que fomenten la igualdad y el acceso equitativo a las oportunidades en sus sociedades.
La democracia inclusiva significa tener un salario del que se pueda vivir. Significa educación decente para todos, acceso a la sanidad, movilidad social e igualdad de derechos para hombres y mujeres, para negros y blancos.
Las verdaderas democracias inclusivas ofrecen resultados. Y funcionan para todos.
No dé por sentada la democracia
Los problemas que llevaron al asalto del Capitolio no son en absoluto exclusivos de Estados Unidos. Ninguna democracia del mundo es completamente inclusiva. El tipo de democracia que sustenta la igualdad real es un ideal por el que nosotros, como NIMD, luchamos en todos nuestros programas.
Como vimos en Estados Unidos, cuando la gente se queda atrás, existe una amenaza tangible para las sociedades pacíficas que tendemos a dar por sentadas, especialmente en las democracias más consolidadas.
La situación en Estados Unidos nos demuestra que ni siquiera las democracias más antiguas son inmunes. Ningún país lo es. Por eso no debemos dar por sentada la democracia.
Hay grietas en todas nuestras democracias. Corresponde a los actores y líderes políticos empezar a reparar esas grietas abrazando los valores democráticos y luchando por una cultura política más democrática; entablando un diálogo con sus votantes; y trabajando por encima de las líneas partidistas hacia un sistema político más inclusivo.